A finales del verano de 1969 empezó a correr un susurro: Pelé se acercaba a su gol número mil. Alguien se había tomado el trabajo de sumarlos todos, a partir de su debut con 15 años ante el Corinthians. No sólo los oficiales con el Santos y Brasil, sino también los amistosos con su club, 18 no oficiales con Brasil, nueve en un combinado del estado de São Paulo, seis en un combinado Santos-Vasco de Gama, tres en el sindicato de Atletas de São Paulo, cinco en partidos benéficos y 14 en la Selección Militar.
La cuenta ya es noticia mundial cuando se acelera a inicios de noviembre: cuatro goles a la Portuguesa, dos al Coritiba, uno al Flamengo, dos al Santa Cruz de Recife. Ya son 998. La FIFA ha validado la cuenta, dándole rango oficial.
El Botafogo de Joao Pessoa, estado de Paraiba, aspiró a ser el testigo del prodigio. Ya estaba el partido 0-2 cuando hubo un penalti, y el público reclamó que lo tirara Pelé. Carlos Alberto, encargado habitual, se lo cedió y fue gol. ¡999! Quedaba partido por delante. Pero entonces se lesionó Javier Estevao, meta del Santos, y Pelé era la sustitución prevista para estas ocasiones. Pasó a la meta y la torcida de Botafogo se quedó sin ver el prodigio.
Siguió una visita al Bahía, con el público local deseoso de ver el gol 1.000, pero no así los jugadores, que lo consideraban un baldón. Pelé fue objeto de fuerte marcaje. Dio un tiro en el palo, en otra ocasión burló a todos, disparó a puerta vacía… y apareció la pierna del líbero Nildo. El público, defraudado, pita a su propio jugador. Pelé le dice, sonriente: «Eres un tipo con personalidad».
Ahora toca el Vasco de Gama, nada menos, y en Maracaná. Es el 19 de noviembre, Día de la Bandera, Fiesta Nacional de Brasil. El partido corresponde al Torneo Roberto Gomes Pedrosa, precedente del campeonato brasileño. De nuevo, todos querían ver un gol de Pelé (en los sótanos hay una placa preparada para conmemorarlo), pero no los jugadores del Vasco de Gama, que trataban de comerle a Pelé la moral antes del partido. Le tocaban la cabeza burlonamente y le decían. «Hoy no, Croulo».
Va delante el Vasco 1-0 con gol de Belletti cuando a Pelé le llega un centro perfecto para cabecear pero se le adelanta René, que marca en propia meta. Por fin, en el 79′ recibe un pase profundo de Clodoaldo y llegando al área cae entre Fernando y René. Vista la imagen sin repetición, queda la duda de si la falta fue dentro o no, y de cuál fue el autor. Manoel Amaro pitó sin dudar: «Pité porque vi penalti, pero no puedo negar que estaba deseoso de estar en el gol mil de Pelé». Eran las 23:11 del 19 de noviembre de 1969.
Los jugadores del Vasco protestan largamente mientras Rildo se coloca ante el punto de penalti, pero Carlos Alberto le aparta. El gentío clama «¡Pelé, Pelé!». Fernando, del Vasco, aprovecha el lío para hurgar con la bota en el punto de penalti. El meta Andrada, argentino que hizo leyenda en el Rosario Central antes de ir a Brasil, coge del hombro a Pelé, le dice algo. Por fin quedan frente a frente, exactamente a las 23:11 del 19 de noviembre de 1969. Pelé arranca, hace su célebre paradina y golpea con su derecha hacia la izquierda de Andrada, por bajo y muy pegado al palo. Andrada ha adivinado, va allí, roza el balón, pero pasa. Se queda dando puñetazos de rabia al suelo mientras Pelé corre al rincón y besa el balón. Una turba de fotógrafos, inalámbricos de radio y cámaras de televisión se agolpan allí. Es izado a hombros. Da una vuelta olímpica triunfal cambiando su camiseta con el 10 por otra con el 1.000. Sus primeras palabras son para pedir ayuda para los niños pobres de Brasil. El partido no se reanuda hasta los 25 minutos del suceso. El Santos gana 2-1.
«Estaba nervioso, me temblaban las piernas por primera vez», confiesa al final del partido. Descorre la cortina que ocultaba la placa, instalada a toda prisa. La FIFA da validez a la cifra.
Pelé, que tenía 29 años ese día, se retiró, tras pasar por el Cosmos, con 1282 goles en 1366 partidos. Le faltaban tres semanas para los 37 años.
Andrada, también de 29 años aquel día, alargó su carrera entre Brasil y Argentina hasta los 43. Pero le dio un epílogo infame. En los años de Videla, se enroló en el Servicio de Inteligencia del Ejército en Rosario, contratado para aprovechar que su popularidad le daba muy buena entrada en los barrios obreros. Sería juzgado por dos asesinatos, aunque salió libre por falta de pruebas. Murió el pasado septiembre.
Fuente: as.com